9 de Marzo de 2011
[/title]A través de los textos del libro, Viaje por el Pais del Sol, de Leonor Bravo Velázquez, donde nos describe un recorrido mágico por el Ecuador, os iremos describiendo nuestras vivencias por este Pais y por su capital, Quito.
Llegaron a Quito a las 5 de la mañana. Hacía muy poco que el viejo Domingo se habría despedido de ellos, para volver a la montaña. El cielo estaba todo rojo y el Sol, muerto de frío, empezaba a subir despacito amarillando el paisaje. No había una sola nube. Quito parecía una joya cuidada por muchos volcanes: a su alrededor brillaban el Cotopaxi, Cayambe, el Antisana y Pichincha con nieve sólo en la puntita, como para decir que él también tenía.
– ¡Qué ciudad tan bonita! – dijo Manuela.
– ¡No hay cieeelo como el de Quito! – cantó alegre Mateo -. Por eso es que el abuelo cada vez que habla de Quito suspira.
Poco a poco, el cielo pasó del púrpura al violeta y luego a un azul brillante.
Recostada sobre el Pichincha, Quito, la amable ciudad – que según sus admiradores es la más luminosa del mundo – recibía a los visitantes con su mejor traje.
Miguel, un niño que iba a encontrarse con otros amigos para elevar cometas, se cruzó con ellos. Entonces, recordó lo que un güiracchuro – parajarito cantor negriamarillo – le había contado sobre los viajeros y decidió acompañarlos. Los llevó por las calles que subían y bajaban, como si estuvieran en un carrusel de caballitos y pasaron por el Panecillo, un pequeño monte metido en la mitad de la ciudad.
Cuando sol calentaba fuerte llegaron a San Francisco. La enorme plaza estaba llena de personas que cruzaban apuradas de un lado a otro.
Subieron por el hermoso atrio y, siguiendo a la gente que llevaba velas e incienso, entraron a la iglesia.
– Mira el altar, ¡es de oro! – exclamó Manuela.
– El techo esta todo pintado – dijo Mateo -. Y qué cantidad de cuadros y esculturas hay.
– Con una casa tan bonita, Dios debe estar a gusto aquí adentro – dijo emocionada Manuela.
Mientras recorrían la iglesia y el convento, llenos de tesoros coloniales, Miguel les contó las historia de Cantuña.
<<Esto pasó hace muchísimos años. Estaba recién terminada de construir la iglesia, pero faltaba el atrio de entrada. Para hacer este trabajo, se contrató a Cantuña, un indígena bueno para todo, quién se comprometío a construirlo en muy poco tiempo. El plazo llegó a su fin y la obra no iba ni siquiera por la mitad. Cantuña se puso a sufrir, porque el castigo que le esperaba era la cárcel o tal vez la horca. En eso, se le apareció el diablo y le ofreció terminar el atrio esa misma noche a cambio de su alma. Cantuña aceptó, pero puso una condición: si el atrio no estaba acabado cuando tocaran las campanas del alba, sin que faltara una sola piedra en un sitio, su alma se salvaría, miles de diablitos trabajaron toda la noche y cuando las cuatro campanas sonaron, el atrio estaba terminado. Cuando Satanás se acercó a reclamar su recompensa Cantuña sacó de su enorme piedra y le dijo:
– Perdiste, esta no fue colocada en su lugar.
El diablo tuvo que reconocer su derrota y se hundió con sus miles de diablitos en lo más profundo de la Tierra. De esa forma, Cantuña salvó su alma y la ciudad tuvo el más hermoso atrio >>.
A los niños le gustó mucho la historia, tanto que quisieron conocer la capilla que llevaba su nombre.
Al salir Mateo le susurró a Manuela:
– Ya tengo algo de Quito. Mientras estuvimos en la capilla un viejecito se me acercó y me dijo: << Este es un pedazo de la piedra, guárdala así el diablo nunca podrá vencernos >>.
– ¿Qué es el diablo? – le pregunté.
– Es la ignorancia – me dijo.
Antes de que oscureciera, Manuela y Mateo, acompañados de Paco, fueron al Panecillo. Eran las 6 de la tarde y desde el pequeño monte vieron encenderse uno a uno los focos de la ciudad, hasta que estuvieron envueltos en un mar de luz. En medio sobresalía el Centro Histórico con sus muchas iglesias iluminadas de diferentes colores que hacían resaltar sus cúpulas y campanarios. Cada Iglesia con sus respectiva plaza, a esa hora ya casi sin gente y descansando de la misión que tenían, parecían contarse historias y chismes sobre el día que habían vivido.
– ¡Parece el nacimiento que hace la abuelita Conchi! – dijo Manuela.
– Es lindo mi Quito ¿verdad? les preguntó Paco-. Por eso fue la primera ciudad en el mundo nombrada patrimonio cultural de la humanidad.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Lomography bajo la siguiente dirección:
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