Leonor Bravo
¿Nuestra vida pertenece al género real o al género fantástico?; ¿no será porque nuestra vida es fantástica, que nos conmueve la literatura fantástica?”
Jorge Luis Borges. 1949.
¿Por qué escribir fantasía si la realidad está alrededor nuestro, esperando ser descifrada? ¿Por qué crear mundos alternativos, soñar en lo inexistente, si lo real es tangible y tiene el peso específico de lo conmensurable? ¿Por qué entrar a un espacio en el que podemos perdernos por su falta aparente de lógica? ¿Por qué personas de todas las edades sucumben a la atracción de lo extraordinario, especialmente los niños y jóvenes que leen ávidamente este tipo de libros?
El ser humano ha necesitado desde siempre crear ficciones que transgredan las leyes de su existencia, mundos alternos y paralelos para explicar de alguna forma esa realidad que no entiende, que no responde a sus expectativas, que forma parte de lo desconocido de su humanidad; para esclarecer sus temores; para satisfacer su necesidad de soñar, de ser otros, en definitiva para expresar su imaginación y fantasía, cualidades únicas de nuestra especie.
Si se considera como fantásticos, a relatos en los que participan fenómenos sobrenaturales y extraordinarios que contravienen las leyes del mundo real o que ocurren en mundos secundarios, puede decirse que estas narraciones estuvieron entre las primeras creadas por los seres humanos. Los primeros esbozos literarios debieron haber sido aquellos cantos y palabras tranquilizadoras que decían en la intimidad las madres a sus hijos para que durmieran y los segundos, las narraciones fantásticas con las que el ser humano trató de explicarse su realidad por demás desconocida, agreste y salvaje. Por ello, la influencia más profunda que tiene el género fantástico se encuentra en los mitos de la antigüedad de todos los continentes, en los cuales dioses, seres maravillosos y monstruos alternan la cotidianidad de los humanos o existen fuera de ella, y en la literatura oral popular que dio voz a los animales y a los seres inanimados y creó personajes maravillosos que, si bien no eran siempre parte de la divinidad tampoco pertenecían a la especie humana.
La clave del éxito que goza hoy en día esta literatura, sobre todo entre los jóvenes, con los cuales tiene una poderosa conexión tiene su base en un sinnúmero de aspectos:
La literatura fantástica permite el distanciamiento de una realidad muchas veces ingrata y contribuye a la realización de sueños y deseos no cumplidos; el abandono de la lógica de la racionalidad para encontrar nuevos significados a las cosas, e imaginar la vida desde otra perspectiva, desde otras formas de ser. Favorece el alejamiento de nosotros mismos para vernos mejor, para inaugurar nuevas miradas de aquello que por conocerlo tanto empezamos a ignorar.
La literatura fantástica detiene el funcionamiento racional, rompe las reglas que rigen la realidad, nos traslada a lo imposible, pone en duda lo entendido como normal y los valores socialmente aceptados como únicos, y provoca una crisis que nos empuja a buscar nuevos significados, a cuestionar lo que sabemos, y nos permite acercarnos a una visión de la existencia como nos gustaría que fuera. La fantasía nos ayuda a mirar sin disimulos nuestras verdades, las luminosas y las oscuras y hablar sobre ellas sin perturbación.
Nos permite tener acceso al conocimiento de muchos de los secretos y enigmas de la existencia, volviéndolos menos insondables, en parte porque el arte y la literatura nos conceden una forma diferente de conocimiento de la realidad, una comprensión distinta de la que se logra a través de la ciencia, insustituible para tener una noción integral de la misma, y, en parte porque la fantasía tiene la virtud de ampliar la realidad. Al respecto Liliana Bodoc, autora argentina de La Saga de los Confines, dice: “La literatura fantástica ejercita la visualización del otro, de la diferencia y la visualización de que no hay un único modo serio de conocer el mundo, ni un solo recorte aceptable de la realidad. De hecho, nos enfrenta a la idea pocas veces planteada en la literatura infantil y juvenil de que la realidad es nuestra realidad, resultado de un recorte y no de un modelo pre-existente”.
La fantasía es el territorio de la libertad. En el que sin las ataduras de la realidad el autor y el lector pueden desplazarse hasta lugares inauditos, creados y recreados por la imaginación de los dos, en los cuales transitar, no para perdernos en ellos, sino para encontrar algo de lo que no entendemos o de lo que carece nuestra realidad. Y esto, que puede ser su mayor virtud, es también uno de sus mayores riesgos. Puesto que la literatura fantástica ha sido vista como escapista y como una forma de evasión de la realidad.
Es así que varios autores han sido criticados por escribir literatura fantástica, como es el caso de Michael Ende, autor de La historia interminable y Momo, quien tuvo que exiliarse voluntariamente en Italia al ser severamente juzgado por la politizada sociedad alemana de los años 60. «Reinaba el debate del escapismo, dice Ende. La crítica oficial afirmaba que sólo los libros de efecto didáctico en política y en la crítica social constituían la verdadera literatura.» Todo el resto era descalificado como literatura de evasión. Sobre todo, por supuesto, la literatura «fantástica». Numerosos autores han sido víctimas de este prejuicio, más aún cuando la fantasía ha estado dirigida a los niños y jóvenes.
Y si bien es verdad que, como dice el argentino Anderson Imbert “la literatura fantástica sirve para deleitar, para jugar y olvidar los acontecimientos que abruman al lector”, sirve también para acercarnos a la realidad desde el alejamiento de la misma. Muchos autores abordan con mayor libertad el tratamiento de los problemas profundos que afectan a niños y jóvenes a través de la fantasía y narran en el marco de paisajes oníricos, o mediante personajes quiméricos la soledad de los jóvenes, su miedo a un futuro al que ven peligroso y sin mayores esperanzas; la marginalidad, el acoso, la denuncia de diversos tipos de injusticias, el consumismo, la manipulación de los afectos y la sexualidad. En esos mundos en los que rigen otras reglas, con geografías, personajes, culturas o razas diferentes acometen con mayor libertad, menos barreras y prejuicios el tratamiento de las más profundas preocupaciones y obsesiones humanas.
El viaje que propone la literatura fantástica se diferencia del que hacían los grandes aventureros del pasado en que estos exploraban un mundo exterior desconocido y en las novelas de fantasía muchas de las búsquedas ocurren en los paisajes interiores a través de la proyección que hace el lector en la figura del héroe o heroína, cada vez más frecuente en este tipo de literatura. Los oscuros mundos, sicológicos o físicos, a los que descienden los lectores en busca de la luz, son versiones de ese mítico camino en la búsqueda de sí mismos, de las claves de su existencia y de sus proyecciones futuras.
Los jóvenes lectores de literatura fantástica dan cuenta de eso pues si han vuelto a la lectura gracias a ella, es porque encuentran un discurso que responde a esas preguntas que los adultos no quieren escuchar porque tal vez no saben responder, y en eso estriba uno de sus mayores logros, conseguir que esa franja de edad, entre los 15 y los 21, supuestamente perdida para la lectura, haya vuelto a leer y devore apasionadamente saga tras saga al encuentro de una historia y una forma de decir que les hace profundo sentido.
Esta atracción entre los niños y jóvenes, cada vez más confinados al espacio del televisor y de los múltiples artefactos electrónicos que simulan la realidad, es más que entendible, puesto que la fantasía les invita a cruzar el umbral de lo cotidiano, muchas veces soso y aburrido, y en el que a menudo se encuentran solos, para internarse en mundos que les deparan un sinfín de emociones y aventuras que, metafóricamente los trasladan a la entrada del mundo adulto.
La certeza de estar de más entre adultos estresados y sin tiempo para ellos, hace que encuentren en esta literatura paisajes en los cuales se hallan a sí mismos y se descubren más a gusto que en su conocido mundo, donde a través de protagonistas o héroes, muy parecidos a sus jóvenes lectores: incomprendidos por su medio, sin un lugar en el mundo, con una exagerada conciencia de sus defectos más que de sus cualidades, pueden salir victoriosos de peligrosas aventuras, tramitar sus angustias y hacer escuchar su voz, sin eco en su mundo real.
Los niños y jóvenes, muchos con padres ausentes o que han sufrido rupturas familiares, se sienten solos y saben que les ha tocado vivir tiempos difíciles con un panorama futuro desalentador, en el que faltará el agua, tierra sanas donde vivir y tal vez un abrazo. Por lo que prefieren vivir en esos mundos paralelos en los cuales acompañan a sus héroes en sus triunfos y en sus caídas, con la certeza de que al final brillará una luz de esperanza, quizá no la puerta abierta a un mundo maravilloso, pero sí una ventana por donde entrará un rayo de sol.
En esta literatura las relaciones familiares son cuestionadas, las figuras paternas son sustituidas por maestros que los inician en las peligrosas aventuras que tienen que enfrentar, por abuelos, sabios o hechiceros que los guían y forman para los futuros retos.
¿Qué buscan los niños y jóvenes en esa literatura? ¿Respuestas a un mundo que les ofrece un futuro distópico y sin oportunidades para ellos? ¿Fuertes emociones que respondan a su necesidad de adrenalina en un mundo cada vez más adicto a esta? ¿Por qué están apasionados con vampiros, ángeles caídos, fantasmas, demonios, zombies, extraterrestres y dragones? Personajes que existen al límite, pero no al límite de la realidad sino al límite de lo sobrenatural, de un más allá en el que los peligros y los riesgos son de verdad escalofriantes, similar al mundo que les vamos a heredar: en el que se luchará a muerte por una gota de agua, en el que los negocios más productivos están ligados a la destrucción y la muerte: las armas, el tráfico de seres humanos y las drogas. En el que todo es de plástico y desechable: los valores, la moral, los sueños y el futuro. Dioni Arroyo Merino, escritor español dice: “Las distopías son un clamor al cielo, un lamento generalizado, son la llamada a la rebelión, al anhelo del cambio, al inconformismo ante lo que sucede, a no aceptar la evidencia de que lo peor está por llegar… Nuestros jóvenes saben muy bien en qué tipo de sociedad viven y necesitan que todo cambie, que todo se transforme. Y este tipo de literatura, cubre ese espacio como ningún otro”.
Lo humano está tan presente en el género fantástico como en el realista. Con todas sus aberraciones expuestas y también con todas sus bondades a la vista. La fuerza de la literatura fantástica radica en la posibilidad de subirle el tono a los colores y a la voz de la realidad, de mostrar sus alto contrastes para hacerla a veces más descarnada y dura, y también más esperanzadora. Jo Walton, escritora canadiense de origen galés, ganadora de los más importantes premios de literatura fantástica dice al respecto: “Si el objetivo de la literatura es iluminar la naturaleza humana, el objetivo de la literatura fantástica es hacer lo mismo desde un punto de vista más amplio. Las cosas que se pueden decir sobre el significado de ser humano son diferentes si las puedes comparar con lo que significa ser un robot, un extraterrestre o un elfo”
Yo estoy ligada a las tierras de Fantasía desde siempre, desde que mi madre nos acunara a mí y a mis seis hermanos con cuentos de hadas y desde entonces amo el enigmático sendero por el que me ha llevado mi literatura. De los treinta y siete libros que he publicado solo unos pocos pueden llamarse realistas, mientras que los demás pertenecen al género fantástico. He escrito para niños pequeños cuentos de hadas, de duendes y monstruos, y para los mayores realismo fantástico, fantasía épica y terror.
Los tres libros de la saga de La Escondida: La biblioteca secreta, A medianoche durante el eclipse y El secreto de los colibríes pertenecen al realismo fantástico, o fantasía doméstica, como también se la llama, género en el cual el argumento parte de un hecho cotidiano y de una geografía real, de los cuales surge un ingrediente fantástico o sobrenatural. Las niñas protagonistas viven en lugares concretos pero gracias a la biblioteca secreta, llena de libros mágicos, tienen la posibilidad de compartir con los lectores aventuras en diversidad de mundos alternos, desde un cuento tradicional de hadas en el que salvan a un príncipe de la muerte, lagunas que se niegan a ser vendidas a transnacionales productoras de bebidas, historias de piratas y fantasmas que buscan, más allá de su tiempo el amor, y mundos paralelos guardianes de tesoros inapreciables a los que de ninguna otra manera hubieran tenido acceso.
En las novelas se fusionan aspectos de la cultura popular de diferentes regiones del país, tradiciones, literatura oral, con hechos fantásticos, y lo real o natural se fusionan con lo sobrenatural de manera espontánea y sin ningún tipo de contradicción.
En el libro Encuentros inquietantes, cuentos en los que la cotidianidad se fracciona y es asaltada por lo sobrenatural, el terror habla por boca de lo fantástico y los temores comunes, mis propios temores, crecen gracias a este ingrediente, y aquello que es un embrión de duda y aprensión, se agiganta en la imaginación con el fin de sembrar inquietud entre los lectores.
El Canto de fuego, es una novela de fantasía épica que se desarrolla en el origen de los tiempos cuando la Madre de Todo creó lo existente a partir de su danza de vida. En ella aparecen dragones, unicornios, elfos y hadas que, surgidos en la Tierra antes que los seres humanos, narran una historia de iniciación y luchas por el poder. El paisaje, el tiempo y los personajes son fantásticos, sin embargo sus pasiones, miedos y obsesiones son humanos, como son todas nuestras creaciones, incluidos los dioses. Pero, ¿por qué escribir sobre dragones en Latinomérica? ¿Tenemos nosotros algo que ver con esos seres producto de la fantasía de otros pueblos? Sí, definitivamente sí, porque la herencia cultural es universal y nos pertenece a todos. Además, nuestros pueblos originarios soñaron también con seres similares porque, ¿qué es el Quetzalcoatl azteca o el Kukulkán maya, ambos serpientes emplumadas, sino dragones? ¿De dónde nacieron los portentosos alebrijes de Oaxaca, llenos de cuernos y alas? ¿Qué son esas extrañas figuras aladas de las culturas costeñas del Ecuador y Perú? ¿A qué seres representan? Tal vez ellos también, por esa extraña sincronicidad que se da con los seres fantásticos, como dragones o sirenas, imaginaron también los sueños de pueblos tan lejanos como la China, Gales o Escandinavia.
El placer de ser lector de literatura fantástica es el de ser co creador de un mundo inexistente al cual tuvo entrada el autor y luego los lectores gracias al encantamiento de la palabra. Y porque una parte de nuestra propia experiencia, de nuestras propias angustias y preguntas se resuelven en el vuelo de un dragón, en los pequeños titubeos de las hadas, en los horrores de los monstruos, en la oscuridad de los vampiros. Todos ellos, con su magia nos habitan porque fueron soñados por alguien como nosotros hace miles de años, porque tal vez existieron, porque, de hecho, al representar arquetipos humanos, aún existen dentro de nosotros.
La literatura fantástica tiene el reto de hacer creer profundamente al lector en ese mundo en el que ha sido invitado a habitar, a riesgo de que se destruya el pacto de la ficción y esto es posible porque el autor se transformó durante la creación de su obra y formó parte de ese mundo que nos cuenta, condición básica para que el lector salga transformado de la misma, con más inquietudes y preguntas de las que tenía, pero también fortalecido y con respuestas válidas, enriquecido por el contacto con la literatura, con lo estético, con el arte de la palabra.
Para finalizar quiero dejarles un fragmento del ensayo Sobre los cuentos de hadas de Tolkein uno de los más lúcidos habitantes del mundo de Fantasía:
“Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves”
JRR TolKein
Bibliografía consultada
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